miércoles, 15 de mayo de 2013

Editorial


EDITORIAL

¿OTRA REFORMA EDUCATIVA ES POSIBLE?

Poco a poco ha ido instalándose en nuestra sociedad la tendencia de que cada vez que se produce un cambio de gobierno ha de llevar aparejada una reforma educativa, haciéndose esta en la mayoría de los casos sin la suficiente justificación y sobre todo sin el consenso de todos los sectores implicados en la educación ni el conocimiento de los problemas reales de los centros de enseñanza.
Los sucesivos borradores de la nueva ley de educación (LOMCE) justifican la reforma debido, entre otras razones, al abandono escolar temprano, a los bajos niveles de calidad, a los resultados académicos que arrojan informes como el PISA, a mejorar la autonomía y calidad de los centros, la capacidad de gestión de la dirección, racionalizar la oferta educativa, flexibilizar las trayectorias, regular la evaluación externa...etc. Razones importantes todas ellas, pero de las que desconocemos el alcance que podrán tener en la mejora de la calidad de la enseñanza y la escuela pública.
Si tomamos como ejemplo el aumento de la capacidad de gestión de la dirección de los centros, ¿en qué sentido habría que interpretarlo si esa gestión no redunda en crear el clima de convivencia, consenso, participación democrática y libertad que debe reinar en la escuela? ¿Cómo mejorará la capacidad de gestión si los directores son meros gestores de una “empresa” y no profesores forjados en la arena de las aulas? Este barco solo funciona remando todos en una misma dirección. Y la buena dirección no se mide solo con logros y resultados. La travesía y sus dificultades también son importantes.
Hasta ahora no hemos necesitado “evaluaciones externas” para combatir el fracaso escolar y el abandono temprano. Lo hemos afrontado con las “armas” que poseemos: el inculcar día a día que la única forma de crecimiento del ser humano es a través del trabajo, del esfuerzo, de la máxima formación posible, de la valoración de la propia educación. Lo hemos abordado atendiendo a la diversidad, como profesores individuales o con medidas conjuntas adoptadas democráticamente por el Claustro y el Consejo Escolar, en consonancia con las leyes vigentes. Sin necesidad de incentivos económicos ni amenazas soterradas de porcentajes de triunfo o fracaso, publicados por informes nacionales o autonómicos.
Poco ayudará a reducir el abandono escolar del 26´5% a un 10% en 2020, como pretende la nueva ley, el aumento disparatado de la ratio en las aulas o la inclusión de los alumnos de integración en clases de 34 chicos.
Hasta ahora hemos combatido el fracaso con la integración y la pluralidad como condición de la igualdad y no con “la flexibilización de las trayectorias”. Los programas de diversificación curricular, los antiguos programas de garantía social, programas de cualificación profesional inicial, agrupamientos flexibles, etc. han servido y sirven para ofrecer distintas alternativas a distintas personas con ritmos de aprendizaje o aptitudes y actitudes diferentes. Creíamos haber superado el concepto peyorativo de formación profesional y positivo de bachillerato, que, con nuevas denominaciones, parece imponerse de nuevo.
Hasta ahora creíamos que el profesorado tenía la suficiente capacidad para decidir cuándo una persona estaba preparada para recibir un título que la capacitara para la vida laboral o la continuación de estudios superiores. Generaciones de alumnos han pasado por nuestras manos y ocupan hoy puestos importantes o necesarios en la sociedad. No necesitaron pruebas de diagnóstico, reválidas, correctores externos y anónimos. Fuimos nosotros, y otros mucho antes que nosotros, los maestros y profesores, los que ahora estamos tan cuestionados y denostados, los que corregimos largos y complicados exámenes, trabajos, cuadernos, actitudes, valores, entrevimos aptitudes y propusimos caminos.
Hasta ahora somos los profesores y maestros quienes en nuestro tiempo libre y con nuestro dinero y esfuerzo hemos ido formándonos y seguimos haciéndolo en las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, “inmigrantes digitales” que intentamos a cada momento acercarnos a esos “nativos digitales” que son nuestros alumnos. Usando unos recursos precarios, en muchos casos, sujetos a decisiones políticas que más parecen seguir una moda puntual que ser producto de la reflexión y de las necesidades reales de los centros.
Hasta ahora somos los maestros y profesores, en nuestras horas de permanencia, quienes hemos puesto en marcha las denostadas bibliotecas escolares, inculcando el amor por la lectura y la investigación como la base del conocimiento. Sustrayéndonos a las modas pasajeras de los proyectos lectores o los planes de uso de las bibliotecas escolares. Hemos estado en ese camino mucho antes que aparecieran dichos planes.
Hasta ahora hemos sido los profesores y maestros quienes hemos hecho el seguimiento de los alumnos con asignaturas pendientes, sin horas lectivas ni medios para atenderlos. Muchas veces facilitando el material a los alumnos y animándolos constantemente a que no abandonen y sigan adelante.
Finalmente y hasta ahora los centros han funcionado por y con un profesorado que no ha necesitado incentivos económicos, correctores externos, evaluaciones foráneas, publicaciones y estadísticas. Siempre los centros han funcionado con unos maestros y profesores que aman su profesión y son conscientes de que solo la educación nos hace libres y no puede reformarse con criterios meramente mercantilistas.


Teodora López Caballero
Departamento de Lengua castellana y Literatura.


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